A lo largo del año 2020, a través de cartas como ésta, el cuerpo de curadores de la 34ª Bienal de São Paulo hace públicas las reflexiones sobre la construcción de la muestra. Esta quinta carta fue escrita por Francesco Stocchi. Traducida al español por Ana Laura Borro.
Ella había preparado el viaje, meticulosa y pacientemente, como se hace cuando se espera por algo que hace mucho se desea. En ese momento, sentía que ya conocía la ciudad, incluso antes de haberla visto, y que la avenida Niévski entera le era familiar. Le encantaba visualizarla repetidamente en la cabeza: Comenzando desde Dvortsovaya Ploshchad, o Plaza del Palacio, donde está el Palacio de Invierno y el Almirantazgo, a las márgenes del rio Neva, que da nombre a la avenida. Sigue para el este, cruzando el rio Mojka y el canal de Griboiedov, con la catedral de Nuestra Señora de Kazán a la derecha. Después de 600 metros, surge la fachada barroca del palacio Anitchkov, de donde se avista el rio Fontanka, atravesado por el puente Anitchkov y sus cuatro estatuas de bronce, los Domadores de Caballos, encomendados por el zar Nicolás I al escultor Peter Klodt von Jurgensburg e instaladas en 1851. La avenida continua hasta la plaza Vosstaniya, dominada por la estación ferroviaria Moskóvski y por el obelisco central del monumento Heroes Defensores de Leningrado, erigido para celebrar la victoria rusa en la Segunda Guerra Mundial. Entonces la avenida hace una ligera curva para el sudeste, y este último trecho, conocido como Staro-Niévski o “Vieja Niévski”, acaba en el monasterio Alexandre Niévski, que devuelve la avenida Niévski a las orillas del Neva, después de un recorrido total de casi 4,5 kilómetros”
En su mente, todo parecía tan claro que era como si ella hubiese estado en la ciudad antes de visitarla de hecho; además de las imágenes precisas que había producido, su sensación era de haber sido sumergida en la genuina atmósfera de la avenida Niévski. Soñaba con ser la Nástienka de Noches blancas (1848), de Fiódor Dostoiévski, inmersa en la luz silenciosa de la media noche.
En vez de eso, al llegar allí – el lugar real donde sus sentidos por fin superaron sus sueños -, se sintió perdida. Lo que veía no coincidía con lo que sabía. Estaba en un lugar que conocía de memoria, mas que ya no reconocía. ¿Debería realmente creer en lo que estaba viendo? Los grandes sastres y talleres de artesanos se habían transformado en tiendas de souvenirs, había pocos carteles escritos en cirílico y los arreglos en las vidrieras parecían idénticos a los que acostumbraba ver en su país. La economía de mercado hizo que todo pareciera familiar, homogéneo, inocuo y, por lo tanto, ajeno a las escenas exóticas que ella esperaba encontrar. El escenario era exactamente el mismo, pero había sido travestido para recibir otra imagen. Ella se perdió en el ejercicio metafísico de intentar preservar el lugar ideal que había imaginado. Nosotros necesitamos la distancia, lugares remotos e inaccesibles, que jamás serán descubiertos. Necesitamos el deseo de la descubierta y la sensación de lo desconocido para alimentar el miedo que nos convence de que nuestra vida en la ciudad es la mejor elección.
Al final, las ciudades ideales nunca son experimentadas o habitadas de hecho, ellas se tornan daguerrotipos mentales desvaídos de conceptos renacentistas creados por Leon Battista Alberti. La ciudad ideal de Piero della Francesca era apenas una fantasía, así como aquellas que Giorgio de Chirico pintaba. Quizá incluso Enea Silvio Piccolomini siempre haya visto a Pienza como esencialmente el mismo lugar donde nació: el pueblo maltratado de Corsignano, que transformó en una gran obra de arte urbana cuando se convirtió en el Papa Pío II.
Brasilia, proyectada por Lucio Costa, con sus edificios monumentales de Oscar Niemeyer – quien a su vez fue guiado por el racionalismo de Le Corbusier-, debería regenerar una meseta desolada entre los estados de Goiás y Minas Gerais y liberar a Río de Janeiro de la carga de ser la capital del país. Su peor pesadilla es acabar como Zora, una de las ciudades invisibles del libro de Italo Calvino: "forzada a permanecer inmóvil e inmutable para facilitar la memorización, Zora se marchitó, se deshizo y desapareció"¹.
Chandigarh, la ciudad ideal diseñada por Le Corbusier en 1950, y que Nehru quería para capital del estado de Punjab Oriental, es la capital de Haryana y Punjab desde 1966. Ella perdió, o quizás nunca adquirió, los espacios que deberían regular racionalmente la vida humana, según la filosofía del gran arquitecto franco-suizo, aunque todavía parezca un museo al aire libre dedicado a él. Su belleza glacial dio lugar a una realidad intensa, ya que la India se la apropió mucho antes de que la globalización se apropiase de la India.
En diciembre pasado, Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, inauguró oficialmente Samjiyon, su "ciudad ideal", uno de los proyectos de desarrollo urbano más importantes del país, que los promotores del régimen calificaron como "el epítome de la civilización moderna". Según la red estatal de noticias KCNA, la ciudad, que tiene una pista de esquí y un estadio deportivo, alberga a 4.000 familias. Sin embargo, como señala la ONG The National Committee on North Korea, contrasta violentamente con el resto del país, donde la población vive en la pobreza, sufriendo una escasez endémica de alimentos, electricidad, agua corriente y otros artículos esenciales.
Si en el pasado los lugares ideales se formaban de manera más o menos autónoma por la mente, creando una especie de geografía interna, hoy en día frecuentemente se basan en el realismo y la precisión de la avalancha de imágenes que circulan online o son producidas por la realidad virtual – a tal punto que estamos empezando a perder contacto con la realidad que realmente podemos experimentar, y cada vez somos más incapaces de armonizar nuestras imágenes mentales con ella. Las tecnologías que generan las imágenes, cada vez más claras y detalladas, que complementan o sustituyen nuestra propia imaginación se tornan más y más sofisticadas, lo que nos da la ilusión de que realmente no necesitamos visitar un lugar para conocerlo, o sugiere que la mejor manera de responder a la constante masacre de información visual es celebrarla y aumentarla, tal vez haciendo y publicando una selfie que certifique y confirme que realmente estuvimos en un lugar determinado.
Pero, ¿cuál es la apariencia de un lugar que no produce ninguna imagen clara en nuestra mente? ¿Hasta qué punto podemos decir que estos lugares existen realmente, y hasta qué punto pertenecen al reino de la imaginación, apenas como lugares ideales? O quizá lugares que existen sólo en nuestras creencias hasta el descubrimiento de su no existencia, como Bermeja². Si existen, ¿debemos considerarlos todos el mismo lugar, mientras permanecen ocultos en la oscuridad de nuestra no conciencia? Después de todo, cuando escuchamos sus nombres, no evocan ninguna imagen para nosotros. No crean reverberaciones en nuestra mente, y tenemos que esforzarnos para imaginar cómo son, mientras nos preguntamos cómo pueden existir sin ninguna representación que les corresponda. Tal vez necesitemos visitar esos lugares fantasmas personalmente, porque vale la pena descubrir algo que es completamente diferente de lo que podríamos haber imaginado –cuanto mucho, para liberarnos del engaño de nuestras proyecciones mentales. Estos lugares son, a menudo, un verdadero aglomerado de contrastes. Pueden carecer de una identidad que tenga sentido, y pueden ser poco interesantes, incluso para las personas que viven allí; pero nuestras concepciones previas se exorcizan cuando finalmente los conocemos, y el contraste entre el significante real y el significado falso o parcial puede conciliarse y armonizarse.
La cadena de islas conocida como las Islas Ryukyu se extiende en curva desde el suroeste de la isla japonesa de Kyushu hasta Taiwán. Se llaman Õsumi, Tokara, Amami, Okinawa y las islas Sakishima (que incluyen las islas Miyako y Yaeyama), siendo Yonaguni la más occidental de todas. Las mayores son generalmente volcánicas, mientras que las pequeñas están hechas básicamente de coral. Okinawa es la más grande de todas. Muchos asuntos relacionados con la importancia histórica de esas islas están destinados a nunca ser aclarados, y muchas discusiones nunca serán resueltas, ya que un número significativo de fuentes primarias y archivos sobre el antiguo Reino Ryukyu fueron destruidos en 1945. La historia de las islas Ryukyu es historia de las diversas y numerosas poblaciones de un reino expansivo que vivía intentando crear un equilibrio entre sus vecinos, países grandes y poderosos. La gente era maleable y dócil por naturaleza. Disponibles y afables, estaban abiertos a avances pacíficos, pero podrían ser bastante obstinados en su resistencia a cualquier cambio inesperado y no deseado.
El aspecto más notable de su historia es la forma en que aceptaron dos modelos culturales diferentes, sometiéndose voluntariamente a ellos. La estructura básica de su sociedad y de su lengua indica que los habitantes de estas islas fueron originalmente influenciados por la antigua civilización japonesa. A pesar de esto, China pronto se convirtió en un punto de referencia vital para los isleños, que por quinientos años pagaron tributos e impuestos a la corte china a cambio de una relación privilegiada, con acuerdos comerciales ventajosos. Sin embargo, durante al menos trescientos años de ese mismo período, el reino reanudaba sus conexiones con Japón, asumiendo algunas obligaciones imperativas. Así, en los planos social y cultural, se desarrolló gradualmente un desacuerdo entre la sumisión y la identidad, a medida que el Reino Ryukyu pasó a obedecer a un nuevo poder, pero continuó imitando a otro. Japón ahora ocupa el puesto - que originalmente era de China- como foco de la identidad espiritual de los isleños, mientras que su vida económica y su gobierno están controlados por los Estados Unidos. Entonces, por lo tanto, están eternamente suspendidos entre oposiciones, equilibrio e intercambios de influencias diferentes, y quizá es por eso que hayan sido históricamente incapaces de producir una imagen de sí mismos.
Esta distancia estética, un terreno fértil para la imaginación, la inventiva y los sueños, ahora está siendo violada por la necesidad de adaptarse al tiempo actual, sin precedentes, de la pandemia de Covid-19. La cuarta pared se rompió, revelando una mezcla de realidad y ficción, proyección y representación, como vivenciando una verfremdungseffekt³. Caminar por las ciudades se convirtió en una experiencia de meta ficción entre el aislamiento y la idealización, sintiéndonos como Littlechap en Stop The World I Want to Get Off [Pare el mundo que yo quiero bajar]⁴. De una vez por todas, realmente "el mundo paró".
Después de todo, como nos recuerda Calvino, "las ciudades, como los sueños, son construidas por deseos y miedos".
¹ Italo Calvino, Las ciudades invisibles. [1972]. Trad. Diogo Mainardi. São Paulo: Companhia das Letras, 1990.
² Bermeja es una isla fantasma que, en varios mapas dibujados entre los siglos XVI y XIX aparece localizada en el Golfo de México, cerca de la costa norte de Yucatán. El interés en esta isla nació de la necesidad de división, entre México y Estados Unidos, de las aguas del Golfo y de los campos de petróleo ahí situados. Para la República Mexicana, la isla debe haber existido y continúo existiendo durante un cierto tiempo. José Angel Conchello, el presidente del PAN (Partido Acción Nacional) tenía varias sospechas de que Bermeja haya desaparecido por acción deliberada de la CIA.
³“Efecto de distanciamiento”, o “efecto de alienación”, concepto creado por el dramaturgo alemán Bertolt Brecht.
⁴ Originalmente un musical, con un libro, música y letras de Leslie Bricusse y Anthony Newly, producido en el Reino Unido en 1961, narra la vida de Littlechap desde el momento de su nacimiento hasta su muerte. Cada vez que algo desagradable sucede, Littlechap se dirige al público y grita “¡Pare el mundo!”.