A lo largo del año 2020, a través de cartas como ésta, el cuerpo de curadores de la 34ª Bienal de São Paulo hace públicas las reflexiones sobre la construcción de la muestra. Esta segunda carta fue escrita por Paulo Miyada. Traducida al español por Ana Laura Borro.
Un verso, muchos poemas
Cierta mañana, abrimos nuestros correos electrónicos y encontramos un mensaje de Carla Zaccagnini. Esto era lo que ella decía:
“Pensamos muchos nombres para esta Bienal, de eclipse a emboscada. Pensamos llamarla la esfera del interés, el todo más amplio, concatenación sin fin, sólo se aprende a nadar en el agua.
Pensamos llamar a esta Bienal Lucía, un nombre de persona. El nombre de la persona más antigua ya encontrada en América del Sur. Un nombre póstumo, dado a sus huesos. Lucía [Luzia] vivió 24 años, dicen, y descansó bajo la tierra once mil. Sus huesos vieron la luz en 1975 y ardieron en llamas en 2018, en el Museo Nacional de Rio de Janeiro. Lucía. El pasado interrumpido, dicho imperfecto, de un verbo que tanto significa dar luz como brillar por cuenta propia. Un nombre de mujer. Un nombre de santa, de la santa a quien prendieron fuego y fue inmune a las llamas. El nombre de la santa a quien le arrancaron los ojos para que no viese más luz, ni la luz de su nombre. Le nacieron nuevos ojos y le dicen santa de la visión.
Decidimos llamarla Hace oscuro pero canto, como el verso de Thiago de Mello publicado en 1965.
Decidimos llamarla Hace oscuro pero canto. Porque estamos en tiempos oscuros. Y la oscuridad en la que estamos está hecha. Porque queremos mirar hacia esa oscuridad, mirar en esa oscuridad. Dejar que las pupilas se dilaten para capturar la luz que todavía queda y comenzar a delinear formas en las sombras. Porque la oscuridad no es sólida e insondable.
Decidimos llamarla Hace oscuro pero canto. Porque en la oscuridad también hay cantos. Porque las voces que cantan se oyen sin luz. Porque creemos en la importancia del canto, en esa forma de decir las cosas que cabe en el verso, en el poder del refrán sobre la memoria y del ritmo sobre la sangre, en el impulso de aplaudir de pie. En la fuerza del coro. Hace oscuro, entonces cantemos”.
Ejercicio textual, esa nota parecía mucho más segura de la elección final del título de lo que realmente estábamos hasta ese momento. Una elección como esa no es una tarea lineal. Durante meses todavía hubo idas y venidas, dudas e investigaciones, hasta que se confirmó lo que, en las palabras de Carla, ya parecía decidido.
Una etapa importante fue dibujar el camino de ese verso y la forma en que ganó y perdió significados en los primeros años desde que fue escrito, porque quizá eso informe las múltiples lecturas que puede recibir hoy.
El poeta amazonense Thiago de Mello escribió el poema “Madrugada campesina” entre los años 1962, en el estado de Amazonas, y 1963 en Santiago, Chile. Los últimos dos versos del poema son: “Hace oscuro pero canto/porque la mañana va a llegar”. Versos de esperanza dirigidos a aquellos que atravesaban la noche en el campo y necesitaban plantar la verdad, la alegría y el amor para un futuro inminente. Era un tiempo con algunas promesas de transformación, regadas por proyectos progresistas y un cierto deseo de expandir los derechos más básicos, como la educación.
Sin embargo, cuando el poema fue publicado en un libro en 1965, el horizonte era muy diferente. Brasil había sido fragmentado por un golpe militar apoyado por parte de la sociedad civil y una dictadura se consolidaba. Pocas señales de alguna mañana. El libro de poemas de Thiago de Mello fue llamado, simplemente, Hace oscuro pero canto. Esta vez, más insistencia que celebración.
Al año siguiente, el verso volvió como título de una canción del álbum Mañana de Libertad, de Nara Leão. Ella, una de las más célebres voces de una generación que se arriesgó a hablar y a cantar la libertad de pensamiento crítico en tiempos de cercenamiento político, cerraba su disco con un nuevo poema musical compuesto por Thiago de Melo y Monsueto Menezes. La letra no era más especialmente dirigida a los campesinos, pero a una multitud dispuesta a “trabajar por la alegría”.
Entre el lanzamiento de la canción y el año 1968, esa multitud ganó forma y tomó las calles, a lo que se respondió con más represión y más violencia. Thiago de Mello fue preso aquel año y cuenta que entró en la cárcel temeroso por su destino. Encontró, entonces, en la pared de la estrecha celda, sus versos garabateados por el preso anterior: “Hace oscuro pero canto/ porque la mañana va a llegar”. Susurro y resistencia. Así retomó sus fuerzas y debe haber aprendido algo sobre la potencia de la poesía.
En cinco años, conforme cambiaba el mundo, se transformaban también las lecturas de ese verso. Y ahora, entrando en 2020, ¿qué reverberaciones aquel enunciado poético puede tener en este país y más allá de él, en un mundo fracturado? En setiembre, cuando la muestra principal de la Bienal se abra, ¿cuán sombrío estará el horizonte? Es imposible prever – uno de estos días, las cenizas de la selva en llamas dejaron oscuro el cielo de la tarde paulistana…
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Hay otro poema célebre, de Bertold Brecht, que dice: “In the dark times/Will there also be singing? / Yes, there will also be singing. /About the dark times.” [“En los tiempos sombríos/ ¿habrá canto? / Si, habrá canto. / Sobre los tiempos sombríos.”] Es similar, pero no es lo mismo. Con Thiago de Melo, es de imaginarse que se cantará sobre los tiempos sombríos, pero no sólo sobre ellos. Eso es importante. Especialmente aquellos que se encuentran más amenazados, bajo la mira de proyectos que desean su extinción, saben bien que en ese contexto todo canto es por sí mismo una potencia de vida y, como tal, desafía el deseo de muerte.